REPARTIENDO BEANIES POR BOGOTA
“¡soy un vampiro energético!” fue la primera frase que escuchamos al sentar pie en las canchas de esparcimiento del hogar transitorio. German, el dichoso vampiro energético transpiraba emoción, según él, por el solo hecho de ver seis caras de jóvenes que nunca habían pisado el lugar, energía que el quería absorber a sus 57 años de vida. Esa primera descarga de alegría fue suficiente para que dejáramos los sentimientos revueltos a un lado y nos sintiéramos de alguna u otra forma más cerca a las personas que estábamos por conocer.
Horas antes, camino al hogar, Carla y Yineth, dos mujeres valientes que dedicaron sus vidas a recuperar la vida de otros, nos explicaron como funcionaba el mundo de la calle, comenzando por quitarnos la venda de los ojos. Nos explicaron que no todos son simplemente esclavos de la drogadicción, en realidad la mayoría son personas que en algún momento de sus vidas fueron artistas, empresarios, ingenieros, abogados y que muy posiblemente fueron grandes en lo que hacían, pero que situaciones como la ludopatía, el abandono o la depresión por pérdida súbita de un ser amado los llevaron a cobijarse bajo los puentes de la ciudad.
Poco después de nuestro pequeño encuentro con Germán y un par de risas cómplices, todos estaban preparados para recibirnos. Era un salón bastante amplio, en donde absolutamente todos, después de un poco de desorden generado por la expectativa y la emoción de tenernos allí, estaban dispuestos a escucharnos. Luis E, con un asomo de curiosidad dio un paso adelante, tomó la palabra con confianza y les contó de que se trataba esa pequeña alteración en su rutina diaria.
Comenzó por explicar que Cloud Ten es una empresa que busca ir mas allá de su naturaleza como marca, que lo que en realidad busca es convertirse en una comunidad, que además de ser amante de la cultura que rodea a la nube, este conformada de jóvenes que trabajen por impulsar a otros a cambiar el país por medio del impacto social. Por esta razón, había decidido crear una campaña en la cual los gorritos serían los que beneficiarían a una de las comunidades más vulnerables del país, que a pesar de ser una de las más comunes entre los colombianos, también es, lastimosamente, una de las más olvidadas. Cuando finalizó, la sala se llenó de aplausos y algarabía, y en medio del ambiente volátil, un hombre se levantó de su asiento y con una mirada conmovedora nos agradeció, diciendo que en nombre de todos, este era un gesto que genuinamente les llenaba el corazón.
Fue así como la jornada empezó. A medida de que avanzaba la fila en la que habían sido organizados, el número de gorritos disminuía del saco, el velo que nos “separaba” se fue borrando, nos fuimos olvidando de la situación en la que alguna vez habían estado estas personas y simplemente disfrutamos de compartir con seres humanos con historias increíbles.
Mientras Andrés pedía permiso a nuestros nuevos amigos para tomarles fotografías con su amada fuji film Luis E procuraba entablar una conversación genuina con todas las personas que pudiera en el poco tiempo que nos quedaba, Omar, Paula y yo buscábamos los gorritos amarillos y verdes que estaban en el fondo del saco, en medio de las risas de Simon, pues terminó siendo el parcero con el gorrito más apetecido de la audiencia.
Lo más curioso era sentir como persona tras persona, toda la situación cambiaba, confirmándonos de cierta forma que cada ser humano es un universo completamente distinto: algunos se limitaban a sonreír de forma tímida y a recibir su gorrito; otros nos daban su mano, nos bendecían y agradecían con sinceridad y otros simplemente no se podían decidir por el color que mejor les sentaba a sus ojos o su piel, o a los de su pareja.
Horas mas tarde, después de compartir momentos únicos con personas del hogar transitorio, Carla y Yineth nos llevaron a visitar un hogar de paso, que a diferencia del transitorio, acoge a las personas que no desean acceder a un proceso de reintegración social pero en ocasiones buscan un plato de comida y un techo que los resguarde por algunas horas de la intemperie de la ciudad. Por esta razón, el lugar tenía un ambiente un poco más hostil, en donde el orden era primordial para poder manejar cualquier situación indeseada que se pudiera dar. Fue así como reunieron a aquellos que habían iniciado el proceso, detalle de suma importancia pues lo que menos queríamos era que los gorritos terminaran siendo canjeados por drogas que acrecentaran el problema en vez de ayudar a mejorar la problemática.
Algo que llamaba mucho la atención de la sala en la que íbamos a repetir el proceso de entrega, eran las pinturas y caricaturas que estaban en las paredes del lugar, eran hechas con tal precisión y creatividad que nos dejó un sabor agridulce. Por un lado, era agradable pensar en que habían personas que buscaban recuperar sus vidas a través del arte, pero por otro lado dolía pensar que había tanto talento desperdiciandose en las calles de la ciudad. Fue así como la entrega continuó, esta vez sin filas, de forma más descomplicada y real, en la cual aprendimos todas las formas posibles en las que se puede usar un beanie, nos enseñaron el top 10 de los álbumes más chimbas de Ozzy Osbourne, nos mostraron los tennis Jordan Style más estileros de todo el hogar y nos contaron el secreto de la felicidad.
Cuando la entrega había terminado, escuchamos entre nosotros un “Gracias Muchachos” , era Hector quien tenía un gorrito amarillo y con el corazón nos decía que no se había sentido tan querido en mucho tiempo. “Uno muchas veces lo que necesita es cariño, que lo quieran, porque al fin y al cabo uno cae en las drogas en un principio porque tiene un vacío, y no recibe cariño. Gracias muchachos por acordarse de nosotros”. Apenas se alejó, nos miramos con los ojos conmovidos pues no podíamos negar la triste realidad en sus palabras. Hector tenía toda la razón, en un país donde la injusticia, la violencia y la corrupción son el pan de cada día, en ocasiones tenemos la idea de que debemos acostumbrarnos a lo que nos toca pues no vemos esperanza alguna, dejando la empatía de lado y con ella a las personas más vulnerables.
Por lo general existe la idea errada de que la situación de los habitantes de las calles es un asunto que solo le compete al Estado, pues se cree que es simplemente un problema de seguridad y salud pública, despojando de humanidad a las personas que han caído en esta situación, dejándolas en el olvido. Si bien no son las personas más fáciles de manejar en un principio, pues han vivido situaciones inimaginables, son seres humanos con todas las capacidades de servir al crecimiento de nuestra sociedad, con ganas de salir adelante, con deseos y anhelos como cualquier otro. Despojémonos de los prejuicios y procuremos ser más humanos, puesto que el secreto del cambio esta en amar de verdad. Absolutamente todos merecemos segundas oportunidades y es increíble lo que podemos lograr cuando asumimos nuestro rol como generadores de cambio; a veces acciones que para nosotros pueden ser pequeñas pueden significar el mundo para los demás y como jóvenes, podemos generar el impacto suficiente para tenderle la mano al otro y no dejar atrás a nadie mientras avanzamos como sociedad, pues en medio de nuestra conexidad como humanidad, todos y cada uno de nosotros importa.
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